lunes, 18 de julio de 2011

Tristezas.

TRISTEZAS


Mar, mi querido mar... otra vez tú.


Era tarde, mirando la playa, respiraba el aroma,
de la brisa sedienta que desprende del mar.
El limpio azul del cielo se tornó gris, nublado
reflejando en la aguas su luz crepuscular.


La cansada campana, ahora disco de Iglesia,
anunciaba el oficio,
dio los últimos toques de su triste vibrar.
Sólo el ritmo sonoro del vaivén de las olas
envolvía el silencio en un suave arrullar.


El calor de la arena cobijando mi cuerpo.
Cómo quisiera poderla sentir en esta tarde invernal.
Aquella tibieza que el verano, al marchar,
deja sobre la playa, junto con el recuerdo,
envuelta la tranquila sombra de la soledad.


Así, mientras buscaba descifrar el misterio
que encierran el ocaso y la brisa del mar,
el viento frío y suave de esta triste tarde,
jugaba en mis cabellos y empezaba a silbar.


Y sola, contemplando de la niebla el triste ocaso,
que pinta el horizonte de fuego y de negror,
pensaba tantas cosas que ya ni las recuerdo
pero que eran a un tiempo alegría y dolor.


¿Qué podía en ese entonces forjarse en mi mente?
¿Qué causas me llevaron a la orilla del mar?
Recuerdo mi niñez, transcurría colmada de ternura,
pero a veces, a solas, me ponía a llorar.


!Oh niñez encantada de capricho y misterio!
Sonora y cristalina como el agua del mar.
Niñez de cuentos de hadas que alzan mágico vuelo
y ves en el infinito las estrellas bailar.


Y a pesar del encanto que mi infancia encerraba,
mi hermano, mi adorada madre, el verano y el mar,
como en esta tarde, refugiada en la playa,
convertí por un instante mi tristeza en felicidad.


Y mirando el ocaso al compás de las olas,
¿Porqué? No lo comprendo, pero es fácil de descifrar,
No estabas allí... y me puse a llorar.


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